Entrevista a Carola Aravena Rojas, Jefa de Carrera de Educación Parvularia de la PUCV

Carola Aravena es Doctoranda en Psicología en la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, Chile. Magister en Educación de la Universidad Arcis, Chile. Diplomada en Responsabilidad Social Universitaria de la Universidad de Concepción y Educadora de Párvulos de la Universidad Católica de Valparaíso. Actualmente se desempeña como Jefa de la carrera de Educación Parvulario y Profesora Planta Anexa No Jerarquizada en la Escuela de Pedagogía de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, donde realiza labores de docencia, investigación y gestión académica. Posee numerosos artículos publicados, y sus intereses académicos y profesionales giran en torno a la Educación Inicial en contextos de exclusión social, Vinculación pedagógica con Familias, Inserción Profesional Docente y Responsabilidad Social Universitaria.
¿Cómo describiría el momento actual que vive la educación parvularia en Chile y cuáles considera que son los principales desafíos que enfrentan las instituciones formadoras?
La Educación Parvularia actual vive una consolidación de marcos que prescriben la formalidad de la educación que se imparte en este nivel educativo (BCEP, MBE-EP, EID-EP, MBDL-EP) junto con la relevancia de favorecer aprendizajes y bienestar con enfoque de derechos y equidad. Esto exige a las Instituciones de Educación Superior que forman educadoras y educadores de párvulos: (i) alinear perfiles de egreso con referentes nacionales, (ii) expandir prácticas progresivas de alta intensidad, (iii) fortalecer evaluación formativa y uso de evidencia para la mejora, y (iv) transversalizar género, inclusión e interculturalidad en todos los planes de estudios. La investigación internacional confirma que calidad de procesos (interacciones, ambientes, liderazgo) es el predictor más robusto de desarrollo infantil, por lo que formar líderes pedagógicos y equipos que sostengan esa calidad es estratégico.
Desde su experiencia como directora de carrera, ¿qué significa liderar y gestionar en el ámbito de la educación infantil?
Es ejercer liderazgo pedagógico (más que administrativo) para asegurar ambientes emocionalmente seguros, culturalmente pertinentes y centrados en el juego y la participación infantil. Implica dirección ética y de cuidado, coordinación curricular, desarrollo profesional y trabajo sistemático con familias y comunidad, entendiendo a los espacios educativos como organizaciones que aprenden. La literatura sobre liderazgo en Educación parvularia muestra que liderazgos relacionales y distribuidos sostienen la calidad de procesos y la mejora continua.
¿De qué manera este liderazgo se diferencia de otros niveles educativos?
En Educación Parvularia el foco es el desarrollo integral y los procesos; por lo que es altamente relevante liderar desde la observación pedagógica, la mediación afectiva y la pertinencia cultural. La “buena enseñanza” en Educación Parvularia define desempeños situados en interacciones, juego, ambientes y evaluación para el aprendizaje. Este carácter situado dialoga con la teoría ecológica del desarrollo (Bronfenbrenner), que ubica a la familia, la cultura y el territorio como contextos co-constitutivos del aprendizaje.
El lema de su carrera pone énfasis en “liderar y gestionar para transformar la educación infantil”.
Transformar es reorientar los propósitos educativos hacia justicia educativa: derribar estereotipos de género, valorar los diversos saberes culturales, garantizar derechos (incluido el derecho al juego), y distribuir liderazgo. Supone decisiones curriculares basadas en evidencia y en identidades y contextos de la niñez y su comunidad.
¿Podría contarnos qué tipo de transformación buscan impulsar y cómo se refleja esto en la formación de las futuras educadoras de párvulos?
Pasar de prácticas fragmentadas a currículo vivo, situado y lúdico, con prácticas tempranas tutoradas, ciclos de indagación, evaluación auténtica y liderazgo pedagógico desde pregrado. Para lo cual trabajamos competencias de Comunicación prosocial, Diversidad cultural
¿Qué aspectos considera esenciales en la formación inicial de las educadoras del mañana?
En nuestra carrera tenemos cinco énfasis curriculares:
- Juego: es un concepto amplio y fundamental en la educación parvularia, entendido como derecho humano, necesidad del desarrollo y práctica cultural que se aprende en interacción con otros. Se advierte que las experiencias de juego están condicionadas por desigualdades sociales, económicas y de género, por lo que la escuela debe garantizar oportunidades equitativas y culturalmente enriquecidas. En las aulas, el juego no debe ser espontáneo únicamente, sino planificado, mediado y diversificado, constituyéndose en un eje pedagógico central que favorece la imaginación, el lenguaje, la construcción de identidad y el aprendizaje significativo en niñas y niños.
- Sostenibilidad: La sostenibilidad, asumida como un paradigma global y adoptada por las Bases Curriculares de Educación Parvularia, promueve un desarrollo que equilibra el bienestar social, el cuidado del medio ambiente y la economía, resguardando las necesidades del presente sin comprometer a las futuras generaciones. Esto implica comprender la estrecha relación entre pobreza, desigualdad y degradación ambiental, así como la urgencia de formar ciudadanos críticos y responsables desde la primera infancia. En la formación inicial de educadoras/es de párvulos, la sostenibilidad adquiere un rol central al favorecer prácticas pedagógicas que desarrollen en los niños y niñas sensibilidad hacia la naturaleza, conciencia del impacto de sus acciones, participación comunitaria y valores como el respeto, la empatía y el cuidado colectivo. Se propone integrar experiencias educativas significativas, como huertas, reciclaje, observación de la naturaleza y proyectos comunitarios, que permitan vivir la sostenibilidad como una cultura y no solo como contenido instruccional
- La Educación por Tramos en Educación Parvularia releva la importancia de considerar las características de desarrollo de niños y niñas en cada etapa (sala cuna, nivel medio y transición) para planificar, implementar y evaluar experiencias de aprendizaje pertinentes y continuas. Las Bases Curriculares y la normativa nacional destacan que la trayectoria educativa debe ser integral y respetuosa, favoreciendo transiciones armónicas entre niveles y hacia Educación Básica. Esto implica reconocer que cada tramo presenta hitos específicos en lo motriz, cognitivo, lingüístico y socioemocional, y que la educadora debe diseñar prácticas pedagógicas flexibles, contextualizadas y articuladas, asegurando continuidad, bienestar y participación activa de los párvulos en sus procesos formativos.
- Enfoque de Género en la formación de Educadoras de Párvulos se orienta a reconocer que las diferencias entre mujeres y hombres no son naturales, sino construidas social y culturalmente, y que estas se reproducen en los espacios educativos a través de estereotipos y sesgos que limitan el desarrollo integral de niños y niñas. Este énfasis busca promover prácticas pedagógicas que garanticen la equidad, reflexionando sobre las interacciones en aula, el lenguaje, los materiales y las expectativas docentes, de modo de evitar reproducir desigualdades y favorecer identidades libres y diversas. En coherencia con el Modelo Educativo PUCV y con los principios democráticos y de inclusión, se plantea que la educación temprana tiene un rol clave en la formación de sujetos críticos, capaces de habitar y transformar su entorno en igualdad de derechos y oportunidades.
- Formación Ciudadana en la carrera de Educación Parvularia PUCV busca que las futuras educadoras desarrollen una mirada ética, crítica y socialmente responsable, asumiéndose como garantes de derechos de las infancias y como agentes de transformación en los territorios. Este énfasis fortalece el compromiso con la participación democrática, la diversidad, la inclusión y la responsabilidad social, articulándose con experiencias prácticas desde el primer semestre para reconocer los contextos, comunidades y Fondos de Conocimiento de niños, niñas y familias. De este modo, formar educadoras implica promover una educación que respete la dignidad, favorezca la justicia y prepare a las nuevas generaciones para vivir y construir una ciudadanía activa y respetuosa del bien común.
¿Cómo se equilibra la dimensión técnica, afectiva y ética en el proceso formativo?
Equilibrar la dimensión técnica, afectiva y ética en la formación de educadoras y educadores de párvulos no es un proceso fácil de lograr, pues implica concebir dicha formación como un proceso integral, en el que aprender a enseñar no se reduce a adquirir métodos o procedimientos, sino a configurarse como un sujeto pedagógico capaz de vincularse con la infancia y sus contextos desde el reconocimiento y la responsabilidad.
No por ello se debe minimizar la dimensión técnica que aporta herramientas profesionales necesarias como lo son: conocer el desarrollo infantil, planificar experiencias de aprendizaje, utilizar materiales pertinentes y evaluar de manera formativa. Sin embargo, estas acciones solo adquieren sentido cuando se realizan desde la dimensión afectiva, entendida como la capacidad de construir vínculos sensibles y seguros con niños y niñas, las familias y los equipos; sostener el bienestar emocional de las niñeces, escuchándolos y validando sus formas de expresión para el logro de la participación efectiva.
Paralelamente, la dimensión ética orienta el propósito de lo que se enseña, recordando que la educadora es garante de derechos y que su labor se desarrolla en contextos marcados por desigualdades, diversidad cultural, sesgos de género y tensiones sociales que no pueden ser ignoradas, más aún en contextos latinoamericanos.
Entonces, formar educadoras y educadores requiere integrar estos tres planos en las prácticas universitarias y en los espacios de práctica docente: observar y acompañar, reflexionar sobre las propias creencias y su impacto, trabajar con comunidades reales y reconocer a cada niño como un sujeto de dignidad. La formación inicial debe abrir oportunidades para que quienes se preparan puedan experimentar, equivocarse, dialogar y reconstruir sus decisiones pedagógicas, comprendiendo que la enseñanza en la primera infancia es un acto profundamente humano. Así, equilibrar lo técnico, lo afectivo y lo ético significa formar profesionales que enseñan con profundos conocimientos disciplinares, pedagógicos y didácticos, se vinculan con sensibilidad y actúan con conciencia social, contribuyendo a una educación que respete la infancia y promueva su desarrollo pleno en igualdad y justicia.
En un escenario educativo cada vez más diverso y digitalizado, ¿cómo promueven la innovación pedagógica y la adaptación a nuevas metodologías sin perder el sentido humano del trabajo con la primera infancia?
Promover la innovación pedagógica en un escenario educativo diverso y digitalizado como el actual implica comprender que la tecnología y las nuevas metodologías no reemplazan la esencia del trabajo con la primera infancia, sino que deben ponerse al servicio del ideario de la educación inicial, de la relación humana, del juego y de la construcción de sentido compartido. Es importante comprender que innovar no se reduce a incorporar dispositivos o plataformas, sino a repensar cómo aprendemos, cómo acompañamos y cómo garantizamos experiencias significativas para niñas y niños que impacten positivamente en su desarrollo, bienestar y aprendizaje
Esto exige mirar la diversidad como punto de partida, reconociendo que cada niño llega con historias, ritmos, culturas y formas propias de habitar el mundo. En este contexto, la educadora innova cuando adapta la enseñanza a esos modos de aprender, cuando crea ambientes accesibles, flexibles y culturalmente significativos, y cuando incorpora la tecnología como un medio para explorar, crear, imaginar y comunicar, no como un fin en sí mismo.
La clave es mantener la centralidad del cuerpo, la sensibilidad y el encuentro entre quienes componen la comunidad educativa: la primera infancia requiere experiencias sensoriales, juego libre, movimiento, lenguaje afectivo y presencia del otro. Por eso, la innovación debe integrarse con prácticas que permitan escuchar a los niños, leer sus gestos, sostener emociones y fomentar la participación. La educadora innova cuando observa, reflexiona con su equipo, niñeces y familias y transforma su práctica en pos de la mejora; cuando se pregunta qué necesitan esos niños y niñas, en ese territorio, con esas familias, y adapta su quehacer en consecuencia.
¿Cómo se articula el liderazgo de las educadoras con las familias, los equipos de aula y las comunidades educativas?
El liderazgo de las educadoras de Párvulos se articula como un liderazgo pedagógico, vincular y comunitario, que se ejerce con otros y no sobre otros, y cuya finalidad es garantizar el desarrollo, bienestar, el aprendizaje y el reconocimiento de niñas y niños como sujetos de derechos y activamente participantes de sus procesos educativos. Este liderazgo se trata de tejer relaciones de colaboración y corresponsabilidad entre familias, equipos de aula y comunidades educativas.
Con las familias, el liderazgo se expresa en la construcción de relaciones basadas en la confianza, la escucha y el reconocimiento de los Fondos de Conocimiento que cada familia trae consigo. La educadora actúa como mediadora cultural, generando espacios de diálogo horizontal, evitando juicios y promoviendo la participación activa de las familias como co-educadoras/es, no como destinatarias pasivas de información. Esto implica comunicar de manera clara, acoger la diversidad de formas de crianza y generar proyectos que conecten los espacios educativos con los territorios y sus historias.
Con los equipos de aula, el liderazgo se manifiesta en la capacidad de coordinar, acompañar, profundizar y actualizar conocimientos y reflexionar en conjunto en favor de la educación de calidad. La educadora guía la planificación, promueve la intencionalidad pedagógica del juego, distribuye roles de manera colaborativa, favorece la co-docencia, profundiza la observación de las niñeces del aula y sostiene espacios de evaluación de la práctica. Liderar aquí significa crear una cultura de trabajo donde todas las voces cuenten, donde se valoren las diferencias y donde la toma de decisiones sea compartida y orientada por el bienestar de los niños y niñas.
En relación con las comunidades educativas y territorios, el liderazgo se vincula a la responsabilidad social de la profesión. Las educadoras se reconocen como agentes que leen el contexto, identifican necesidades y oportunidades, articulan redes interinstitucionales y promueven proyectos educativos con sentido comunitario y de sensibilización hacia la infancia. Este liderazgo convoca a la participación y promueve una educación situada, arraigada en la cultura y en la vida cotidiana de los niños.
¿Qué estrategias de gestión colaborativa fomentan desde la carrera?
Desde el Proyecto Formativo, la carrera promueve estrategias de gestión colaborativa que articulan la formación académica, la práctica situada y el sello valórico institucional, con el fin de desarrollar educadoras capaces de liderar procesos pedagógicos democráticos en conjunto con equipos de aula, familias y comunidades.
En primer lugar, la carrera impulsa el trabajo colaborativo como principio formativo, al señalar que el/la educador/a en formación avanza hacia una identidad profesional que “propicia una educación transformadora con las y los párvulos, las familias y la comunidad, basada en el trabajo colaborativo, el sello valórico institucional, enfoque de derechos, perspectiva de género y responsabilidad social.”
Este principio se concreta en estrategias formativas sistemáticas, entre ellas:
- Comunidades de aprendizaje y reflexión pedagógica: La carrera desarrolla una Línea de Prácticas Docentes Integradoras, donde la reflexión crítica de la práctica no es solo individual, sino colectiva, mediante tutorías, seminarios y análisis conjunto de experiencias.
El Proyecto Formativo destaca que la práctica se concibe como un “proceso progresivo y recursivo de acercamiento al aula, cada vez de mayor profundidad, promoviendo un proceso de reflexión permanente y metódico sobre el accionar pedagógico.” Esta reflexión compartida constituye una forma concreta de gestión colaborativa que construye saber pedagógico colectivo. - Co-docencia y mentoría con educadoras de aula: La carrera fortalece la co-docencia, entendida como trabajo pedagógico en dupla, tanto entre estudiantes como entre estudiantes y profesionales en ejercicio, desarrollando liderazgo distribuido desde la formación inicial, posibilitando:
- diálogo entre pares,
- retroalimentación situada,
- análisis conjunto de decisiones pedagógicas.
- Trabajo con familias como corresponsabilidad educativa: El Proyecto Formativo enmarca la acción de la educadora en una relación triádica: párvulo–familia–comunidad, donde la colaboración no es opcional sino constitutiva del rol profesional. La formación enfatiza “el logro del bienestar, desarrollo y aprendizaje integral [...] en conjunto con la familia, la comunidad educativa y el contexto natural, social y cultural.”Esto se refleja en estrategias como:
- planes de comunicación bidireccional,
- talleres y encuentros educativos,
- incorporación de los saberes familiares en el currículo.
- Construcción de redes y vínculos con la comunidad y el territorio: La carrera fomenta el trabajo con instituciones locales, programas sociales y comunidades educativas, entendiendo que el aprendizaje infantil ocurre en ecosistemas socioculturales amplios. Este enfoque corresponde al propósito institucional de formar profesionales capaces de actuar con “responsabilidad social, orientada al bien común, la dignidad y la justicia.”
La educación parvularia cumple un rol fundamental en la equidad educativa
La Educación Parvularia tiene un papel decisivo en la construcción de equidad educativa, porque es en los primeros años donde se configuran las bases del bienestar, la seguridad emocional, la identidad y las trayectorias de aprendizaje. El Proyecto Formativo de la carrera sostiene que el/la educador/a de párvulos debe actuar con responsabilidad social, promoviendo condiciones que aseguren el bien común, la dignidad y los derechos de cada niño y niña, especialmente en contextos socialmente desiguales.
Desde esta perspectiva, la equidad educativa no se entiende solo como acceso, sino como condiciones reales para el aprendizaje y el desarrollo integral, lo que implica reconocer la diversidad cultural, social, lingüística y de género como parte constitutiva de la identidad de cada niño y niña.
El Proyecto Formativo enfatiza que la educadora debe implementar prácticas inclusivas que consideren la singularidad, el contexto cultural y las trayectorias de cada infancia.
De este modo, la equidad educativa se expresa en decisiones pedagógicas concretas, tales como:
- Diseñar experiencias que aseguren participación y pertenencia para todas las infancias.
- Evitar prácticas homogeneizadoras que nieguen las identidades culturales y de género.
- Trabajar en corresponsabilidad con las familias y comunidades para reconocer sus saberes y territorios.
- Crear ambientes de aprendizaje emocionalmente seguros, lúdicos y significativos, donde cada niño y niña pueda aprender desde su forma de ser y habitar el mundo.
Finalmente, el rol de la educadora de párvulos en la equidad educativa consiste en transformar las condiciones que generan desigualdad, no solo acompañar sus efectos. Esto se alinea con el propósito formativo de la carrera:
Formar profesionales con fuerte sentido de Responsabilidad Social, con una sólida formación académica, que se desarrollen como líderes pedagógicos mediadores entre los párvulos, sus familias y sus contextos.
¿Cómo aborda la carrera la formación para la justicia social, la inclusión y la atención a la diversidad desde los primeros años?
La carrera asume explícitamente la justicia social y la inclusión como fundamentos éticos y políticos de la formación docente, entendiendo que todas las niñas y niños tienen derecho a aprender, participar y desarrollarse plenamente, independientemente de su origen cultural, condición socioeconómica, identidad de género, lengua, territorialidad o experiencias de vida.
El Proyecto Formativo señala que la formación se sustenta en el respeto a la dignidad humana y la construcción de una sociedad justa, lo que se expresa como un componente transversal
Este compromiso se operativiza pedagógicamente en tres planos:
- En la concepción de infancia y rol docente: La carrera concibe a niñas y niños como sujetos de derechos, participantes activos en su proceso educativo. Por ello, la educadora en formación aprende a reconocer, escuchar y legitimar la voz infantil en las decisiones pedagógicas. Esta comprensión evita prácticas homogeneizadoras y pone atención en cómo las desigualdades se producen y se pueden transformar desde el aula.
- En el currículo y las experiencias formativas: La inclusión, la interculturalidad y el enfoque de género no aparecen como asignaturas aisladas, sino como criterios transversales en:
- Diseño de experiencias pedagógicas
- Evaluación para el aprendizaje
- Trabajo con familias y comunidades
- Prácticas progresivas y reflexivas
Esto implica formar educadoras capaces de identificar y remover barreras de participación y aprendizaje.
- En el trabajo territorial y con familias: El Proyecto Formativo subraya el vínculo con comunidades, territorios y familias, entendiendo que la educación parvularia es una práctica socio-cultural, no solo pedagógica. Esto permite que la formación responda a realidades diversas, no a modelos universales. Como resultado de este enfoque se forma una educadora o educador que:
- Cuestiona prácticas que reproducen desigualdades.
- Diseña experiencias pertinentes culturalmente y respetuosas de la identidad infantil.
- Garantiza el derecho al juego, al afecto y a la participación.
- Comprende la inclusión como proceso pedagógico y político.
- Actúa con responsabilidad social, como agente de transformación.
Como líder académica, ¿cómo equilibra la gestión administrativa, la docencia y la visión estratégica de desarrollo de la carrera?
Mi rol como líder académica no separa gestión, docencia y visión; las integra. Gestiono para cuidar las condiciones de enseñar y aprender, enseño para sostener el sentido humanista y pedagógico de nuestra profesión, y proyecto la carrera con la convicción de que formar educadoras y educadores es también transformar las posibilidades de vida de las infancias y sus comunidades.
El equilibrio entre gestión, docencia y visión estratégica se sustenta en comprender que toda decisión administrativa es, en última instancia, una decisión pedagógica, porque impacta directamente en la formación y en las experiencias que viven las y los futuros educadores de párvulos. Desde esta perspectiva, la gestión académica se organiza en coherencia con el sello formativo de la carrera, que coloca en el centro la responsabilidad social, la dignidad de la infancia y la construcción de una sociedad justa
Desde este marco, la labor de dirección no se concibe como una superposición de tareas, sino como una articulación interdependiente de tres dimensiones:
- Gestión administrativa con sentido pedagógico: La administración se orienta a garantizar las condiciones para la calidad formativa: asignación responsable de recursos, fortalecimiento de convenios de práctica, acompañamiento a equipos docentes y sostenimiento de espacios de reflexión colaborativa. La gestión adquiere sentido cuando permite que el proyecto formativo se viva en la práctica.
- Docencia como espacio de vínculo y modelamiento profesional: La docencia no solo transmite saberes: modela una manera de ser educadora. Esto encarna el principio del Proyecto Formativo que señala que la identidad profesional se construye en la interacción con otros y en la experiencia reflexionada. Por ello, mantener presencia docente es clave para:
- sostener una relación directa con las y los estudiantes,
- acompañar el desarrollo de la identidad profesional,
- y promover prácticas de reflexión pedagógica situada.
- c) Visión estratégica para el desarrollo de la carrera. Este alineamiento responde al propósito de formar profesionales con capacidad de incidir éticamente en los contextos donde trabajan, y no solo de adaptarse a ellos. La visión estratégica se despliega en:
- actualización curricular continua,
- fortalecimiento de la vinculación con el medio y los territorios,
- promoción del liderazgo pedagógico desde la formación inicial,
- y construcción de comunidades académicas que aprenden.
¿Qué aprendizajes personales ha implicado liderar un equipo que forma a las educadoras del futuro?
Liderar la formación de educadoras ha sido aprender a cuidar, escuchar y transformar; es asumir que la docencia se construye colectivamente y que nuestro compromiso es con la infancia, con la justicia y con la sociedad que podemos construir junto a las nuevas generaciones
Liderar un equipo dedicado a la formación de educadoras de párvulos ha significado, para mí, un proceso permanente de aprendizaje y transformación. En primer lugar, ha profundizado mi comprensión de la responsabilidad social que implica nuestra labor: formar educadoras no es solo transmitir conocimientos, sino contribuir a la construcción de una educación que garantice dignidad, bienestar y justicia para todas las infancias. Esto me ha llevado a asumir cada decisión académica y pedagógica como un acto ético, con impacto directo en las comunidades educativas y territorios donde nuestras egresadas se desarrollarán.
Asimismo, el liderazgo en esta tarea ha puesto en el centro la importancia del trabajo colaborativo. He aprendido que la formación docente se construye colectivamente, en diálogo con otros saberes, voces y experiencias. La colaboración entre académicas, educadoras de aula, estudiantes y familias no solo enriquece la formación, sino que encarna el tipo de comunidad educativa que buscamos promover: una comunidad que aprende junta y que valora el aporte de cada integrante.
Otro aprendizaje significativo proviene del encuentro con la juventud que se prepara para ser maestra. Las y los estudiantes nos desafían constantemente a revisar nuestras prácticas, a abrirnos a nuevas preguntas, a comprender sus modos de habitar el mundo y sus expectativas frente al rol docente. Ellos y ellas nos recuerdan que educar es también acompañar procesos identitarios, emocionales y sociales, no solo formativos.
Finalmente, este liderazgo ha implicado una actualización constante. La educación parvularia es un campo dinámico que evoluciona a la luz de nuevas investigaciones, políticas, enfoques y demandas sociales. Por ello, sostener una visión estratégica de la carrera requiere mantenerse en diálogo permanente con la investigación, la realidad de los centros educativos y los contextos culturales y territoriales, asegurando una formación pertinente, ética y de calidad.
Si pensamos en las educadoras de párvulos del mañana, ¿qué competencias y valores deberían distinguirlas para responder a los desafíos del siglo XXI?
Las educadoras del futuro deberán educar con sensibilidad y pensamiento crítico, liderar con responsabilidad social y construir comunidades donde el juego, la diversidad y los derechos de la infancia sean el centro de toda decisión pedagógica
Las educadoras de párvulos del mañana deben ser profesionales capaces de leer críticamente la realidad y actuar en ella con sensibilidad, responsabilidad y liderazgo pedagógico. En un contexto social, cultural y tecnológico en constante cambio, su rol será fundamental para garantizar el bienestar, el aprendizaje y el pleno ejercicio de los derechos de la infancia desde los primeros años.
En términos de competencias, deberán destacar por:
- Dominio pedagógico situado, que les permita diseñar experiencias de aprendizaje basadas en el juego, la indagación, la exploración y la creatividad, respondiendo a las características y necesidades de cada grupo de niños y niñas.
- Evaluación formativa y documentación pedagógica, para observar, interpretar y tomar decisiones fundamentadas sobre el aprendizaje, favoreciendo procesos de retroalimentación que reconozcan los avances y singularidades.
- Capacidad de liderazgo pedagógico, no solo para gestionar el aula, sino para articular equipos, dialogar con familias, coordinar redes y participar en proyectos territoriales, impulsando comunidades educativas que aprenden juntas.
- Uso crítico y ético de tecnologías, comprendiendo la innovación como diseño de experiencias significativas, no como sustitución del vínculo ni del juego.
- Competencias comunicativas interculturales, para dialogar con diversas realidades lingüísticas, culturales, familiares y comunitarias.
En cuanto a valores, la educadora del siglo XXI deberá actuar desde:
- La ética del cuidado, entendida como una manera de vincularse con respeto, ternura, calidez y reconocimiento de la dignidad del otro.
- La responsabilidad social, asumiendo que su rol tiene impacto en la construcción de una sociedad más justa, democrática y solidaria.
- La perspectiva de género, promoviendo relaciones igualitarias y evitando la reproducción de estereotipos que limiten las posibilidades de niñas y niños.
- El enfoque de derechos, asegurando que cada decisión pedagógica respete y potencie la autonomía, participación y bienestar integral de la infancia.
- La valoración de la diversidad cultural, comprendiendo que cada comunidad posee saberes que enriquecen el proceso formativo.
En general pienso que la educadora o educador de párvulos del siglo XXI debe ser un/a profesional reflexivo/a, crítico/a, ético/a y creativo/a, capaz de liderar procesos educativos transformadores que reconozcan a las niñas y niños no como futuros ciudadanos, sino como ciudadanos presentes, con voz, historia y derecho a participar activamente en la construcción de su mundo.
María Verónica Leiva Guererro
Pontificia Universidad Católia de Valparaíso



