Entrevista a David Cáceres Verdugo, Representante Legal de la Fundación Educacional Colegio Ignacio Carrera Pinto. Chile

David Cáceres Verdugo es periodista con estudios en Derecho, Máster en Derechos Humanos, Estado de Derecho y Democracia en Iberoamérica (Universidad San Sebastián – Universidad de Alcalá de Henares, España), Diplomado en Gestión Educacional por la Universidad Andrés Bello, y con múltiples cursos de perfeccionamiento en materias jurídicas y educacionales.

Con 23 años de experiencia en el sistema educacional chileno, se ha desempeñado en distintas funciones que le han permitido conocer de cerca la complejidad de la gestión escolar y los desafíos de formar comunidades educativas justas, democráticas y respetuosas. Actualmente es representante legal de la Fundación Educacional Colegio Ignacio Carrera Pinto, en la comuna de Coronel, región del Biobío. Su trayectoria combina gestión, análisis jurídico y la defensa activa del derecho a la educación desde una perspectiva de derechos humanos, con un fuerte énfasis en la convivencia, la formación ciudadana y el valor de la fe en la construcción de comunidades más humanas y solidarias.

¿Nos puede describir el contexto de la comuna de Coronel. Biobío?

Nuestro colegio se ubica en la comunidad de Lagunillas, en Coronel, una zona marcada por profundas dificultades sociales y altos índices de vulnerabilidad (90% IVE) Vivimos en un territorio donde muchas familias enfrentan desempleo, precariedad laboral, dificultades económicas, problemas de vivienda y condiciones sociales complejas que impactan directamente en la vida escolar.

En este contexto, la escuela no es solo un espacio de aprendizaje académico: es también un refugio, un sostén y, muchas veces, el lugar más seguro que tienen nuestros niños y niñas. Aquí se alimentan, se cuidan, encuentran escucha y contención emocional. Por eso, el trabajo de nuestros docentes, asistentes de la educación y equipos directivos ha sido trascendental, aunque también ha requerido un gran esfuerzo físico, emocional y espiritual.

Lo que hacemos día a día en Lagunillas va más allá de la enseñanza de contenidos: significa tender la mano a quienes más lo necesitan, acompañar a las familias en medio de las dificultades y mostrar a cada estudiante que su vida tiene valor y propósito. Esa es, también, la esencia de la formación ciudadana: enseñar a convivir en medio de la adversidad, con respeto, solidaridad y esperanza.

¿Cómo definiría la formación ciudadana en el contexto de la educación escolar chilena? ¿Qué principios la sustentan?

La formación ciudadana no es solo un deber legal —como lo establece la Ley 20.911—, sino una misión moral y social. Nuestro colegio entiende que no se trata únicamente de formar estudiantes que sepan votar o conocer instituciones, sino de formar personas responsables, respetuosas y solidarias, capaces de vivir en comunidad con principios éticos firmes.

Desde una perspectiva cristiana, la ciudadanía se enraíza en el mandato de amar al prójimo como a uno mismo. En Coronel esto cobra un sentido aún más profundo: amar al prójimo es solidarizar con el compañero que vive en condiciones difíciles, es respetar al que piensa distinto y es servir al más necesitado.

¿Cuáles son las mayores tensiones que enfrenta la formación ciudadana en las escuelas hoy?

Existen tres grandes tensiones:

El formalismo versus lo vivencial: no podemos reducir la ciudadanía a talleres o papeles. Se enseña en cómo tratamos al estudiante que llega sin desayuno, en cómo apoyamos al apoderado que teme perder su trabajo, o en cómo acompañamos a la familia que enfrenta una crisis.
La polarización social: vivimos tiempos de división, donde la intolerancia gana terreno. La escuela debe ser un espacio de encuentro que supere esas barreras, mostrando que el respeto a la diversidad es un valor superior.
El peso de la fiscalización: la Superintendencia de Educación suele mirar más los documentos que el impacto real en las personas. Y si bien la normativa es necesaria, formar ciudadanos requiere tiempo, diálogo y coherencia, no solo reportes.

En su experiencia de 23 años, ¿qué avances concretos ha observado en la formación ciudadana?

Uno de los avances más visibles es que hoy los Planes de Formación Ciudadana son conocidos y discutidos en las comunidades escolares. Ya no son documentos olvidados, sino que se van vinculando a la convivencia escolar, la inclusión, la igualdad de género y la no discriminación.

Otro avance es la participación estudiantil. En muchos colegios los consejos de curso, los centros de estudiantes y los cabildos escolares son espacios reales de ejercicio democrático. Allí los estudiantes aprenden a dialogar, a votar, a proponer ideas y a asumir responsabilidades.

Finalmente, ha crecido la educación en derechos humanos. No solo como un tema de contenidos, sino como un enfoque transversal para abordar conflictos, prevenir el bullying y erradicar la discriminación.

Lo más valioso, en mi experiencia de más de dos décadas, y sobre todo en el contexto de Coronel, es ver cómo los estudiantes comprenden que la ciudadanía no es teoría, sino una forma de vida en comunidad, marcada por la empatía, la responsabilidad y el servicio al prójimo.

¿Qué ha sido lo más complejo de abordar en este tema?

Lo más difícil es conciliar lo jurídico con lo humano. Como representante legal debo velar por que los reglamentos, protocolos y planes se ajusten a la normativa y resistan la fiscalización. Pero como educador y como creyente, sé que la ciudadanía se enseña con el ejemplo: en la manera en que escuchamos al niño que llega angustiado porque sus padres no tienen trabajo, en cómo tratamos a la familia que depende del almuerzo escolar como principal comida del día, o en la empatía con que acompañamos a un funcionario que sufre una dificultad.

La tensión está ahí: entre cumplir la letra de la norma y no olvidar la esencia, que es formar seres humanos íntegros, capaces de vivir en paz, con esperanza y en servicio a los demás.

¿Qué ruta debiese asumir la formación ciudadana para ser más inclusiva, justa y humana?

La ciudadanía debe vivirse en cada rincón de la escuela. Se aprende en el consejo de curso, en la relación con los compañeros, en la resolución de un conflicto, en el respeto a la diversidad cultural y religiosa.

En lugares como Coronel, esta misión se vuelve aún más desafiante: allí donde hay vulnerabilidad, pobreza y desigualdad, la escuela debe ser un espacio de luz y esperanza, que enseñe a los estudiantes a creer en sí mismos y en la posibilidad de un futuro mejor.

Necesitamos más espacios de diálogo comunitario, donde estudiantes, familias y docentes aprendan a escucharse y construir acuerdos. Y sobre todo, debemos poner en el centro la dignidad de cada persona, que desde una mirada cristiana reconocemos como reflejo de la imagen de Dios.

Si tuviera que dejar una idea-fuerza, ¿cuál sería?

Que la formación ciudadana es una siembra de humanidad. No se trata solo de cumplir con la ley o con un plan ministerial, sino de preparar a nuestros niños y jóvenes para vivir en una sociedad democrática, respetuosa, solidaria y justa.

Y como hombre de fe con 23 años de experiencia en educación, y con el corazón puesto en la comunidad de Lagunillas, en Coronel, agregaría: la verdadera ciudadanía se construye con amor al prójimo, con justicia y con servicio. Si logramos que nuestros estudiantes vivan eso, no solo estaremos formando buenos ciudadanos: estaremos formando mejores personas, y con ellas, un mejor país.

 

Daniel Villarroel Montaner
Fundación Educacional Montaner

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